sábado, septiembre 29, 2007

Rebelión en la Granja, de George Orwell

Fue un libro deseado. Incluso antes de haberme terminado 1984 (otro libro del mismo autor), decidí que sería el siguiente que leería: Rebelión en la Granja. El estilo directo y fantasioso de George Orwell me ha hecho recuperar la ilusión por la palabra escrita, ese afán por averiguar qué le pasará a los protagonistas en las siguientes hojas... Cualquier momento muerto, sea en casa o en medio de la calle mientras esperas el bus (¡o en el mismo bus!) es bueno para sacar el libro (que de hecho llevas contigo a todas partes) y sumergirte de nuevo en la historia.
El escenario para la historia es perfecto. Una granja, en la que los animales cobran vida propia y son capaces de hablar y expresar sus ideas, sentimientos... a modo de fábula. Con su moraleja, que no podía faltar. Por supuesto. Una moraleja que incluso tiene vigencia hoy en día, y del que seguramente a más de uno le haría plantearse muchas cosas.

Sin duda, el mayor logro del autor es ser capaz de mostrar el lado más perverso del ser humano (la política, o el ansia del poder) de una forma completamente objetiva. Alguien podría estar tentado a pensar que el libro es una crítica al comunismo. De cierta forma lo es, aunque me parece un pensamiento demasiado simple.Mi opinión es que Orwell, más que hacer apología política, intenta centrar la atención del lector en las consecuencias que conlleva la llegada de una ideología (supuestamente al servicio del pueblo) al poder.

La acción transcurre en todo momento la granja Manor, propiedad del señor Jones. Los animales, después de mucho tiempo esclavizados por el ser humano, deciden organizar un motín y luchar por su libertad. El libro empieza con un emocionante discurso pronunciado por uno de los cerdos, Mayor. El principal problema radicaba en el dominio del ser humano, que esclavizaba a los animales para su provecho propio (carne, leche, huevos, hacía trabajar a los animales que podían, etc). Si los animales se deshacían de ese dominio, su futuro podría ser aquel que habían soñado: ¡Un futuro gobernado por los propios animales!

La rebelión ocurre pronto, y una vez que los animales consiguen ahuyentar a los dueños, la granja pasa a ser de suya. Los cerdos se atribuyen desde el principio el derecho a ser los gobernantes, y son los encargados de redactar una serie de normas bajo las cuales se sustenta la convivencia en la granja. Dichas normas se escriben en una de las paredes de la granja, para que todo el mundo pueda verlas.

Sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura observamos que lo que parecía ser algo bueno se acaba corrompiendo. Los cerdos acaban implantando una especie de sistema totalitario, en el que el resto de animales viven completamente esclavizados. Hasta el punto de que es inevitable no hacerse la pregunta: ¿Realmente se vive mejor ahora que cuando los humanos dominaban la granja?

El poder corrompe, es inevitable. Sorprende el hecho de que los propios cerdos se desdigan en multitud de ocasiones, llegando a hacer exactamente lo contrario de lo que afirmaban hace no mucho tiempo. Al principio se afirmaba que los animales no deberían hacer nada que fuese propio de los seres humanos, como podía ser: (1) Vivir en casas y dormir en camas, o (2) beber alcohol, por poner un par de ejemplos. Sin embargo, con el paso del tiempo, los cerdos son los primeros en apropiarse de la casa del granjero, dormir en sus camas, y beberse las últimas botellas de whisky que quedaban en la bodega.

El control sobre el conocimiento del pasado es uno de los puntos en los que incide Orwell (que lleva al extremo en 1984). Los cerdos no dudan en modificar descaradamente las normas enunciadas al principio de su mandato, cambiando su significado completamente, ¡con un par de simples palabras! Dicha modificación vendría a representar la manipulación de los medios de comunicación (y en general de cualquier dato estadístico o histórico) que suele suceder en muchos sistemas políticos para justificar acciones y decisiones del gobierno (si los hechos no justifican los medios, ¡modifiquemos los hechos!). Los animales acababan aceptando los cambios en las normas, no sin un ápice de duda, pero justificando todo como un error de interpretación.

Sin duda, la ignorancia respecto al pasado es algo que conviene (¡y mucho!) a los políticos. Ciertamente, si la población cree que su situación ha mejorado respecto a los últimos años (aunque se encuentren en un estado precario), existirá un cierto conformismo que evitará cualquier intento de cambio. Eso mismo sucede en la granja, en la que se hace creer en todo momento que el bienestar de la granja durante el "régimen de los cerdos" es indudablemente mejor que durante el "régimen de los humanos". Aunque eso podría ser motivo de una discusión mayor.

Sorprende la crueldad de los cerdos, que acaban traicionando a los animales (¡a sus propios compatriotas!) por dinero. ¡Oh, poderoso caballero es Don dinero! Se obliga a las gallinas a tener huevos para luego venderlos. ¡Qué dolor para las gallinas perder de ese modo a sus queridos polluelos! A mi modo de ver, uno de los hechos más deplorables por parte de los cerdos es cuando traicionan a uno de los burros vendiéndolo a un matadero, un burro que ha puesto todo su alma y empeño en levantar un molino que supondría un aumento en el bienestar para todos los animales de la granja. Ni tan siquiera se le ha proporcionado esa jubilación que tanto añoraba y tanto se ha merecido. En cuanto sus fuerzas le han fallado y ha necesitado, por primera vez, algo de ayuda... Se le ha traicionado de la forma más vil y cruel que se puede imaginar. Llevándolo directamente a la muerte.

La hipocresía de los cerdos llega hasta tal punto que se acaban colgando las más altas medallas de honor, recordándonos quizá que el verdadero valor de uno no está en los títulos que posee, sino en el interior de su corazón. Como en el caso del burro, al que por un lado se traiciona y por el otro se le concede una medalla conmemorativa. La explicación es sencilla: Por todos era conocido el espíritu trabajador del burro. Había que contentar a la gente y premiar su fidelidad de alguna forma (¡con una medalla de menor valor que la que tenían los cerdos!).

El punto culminante de la obra es cuando los animales descubren a los cerdos comiendo en la misma mesa que los seres humanos con los que tenían relaciones comerciales. Riendo las mismas bromas, bebiendo alcohol como ellos, comportándose como ellos... ¡Los cerdos se acaban convirtiendo en seres humanos (de lo que se puede desprender que los seres humanos somos peores que los cerdos)!

De cierta forma, éste el final lógico puesto que ya no es posible una traición mayor por parte de los cerdos. La traición está acotada, y tiene un máximo... y es el alcanzado en las páginas finales del libro. ¡Los cerdos acaban volviéndose como los seres humanos! Imposible ser más traidor...

Que cada uno saque sus conclusiones.